Lima (amores perdidos)
Y como de costumbre estaba sola. Sola en Lima ya no era tan
raro, siempre que llegaba aquí (Lima) sentía estas ganas locas de compañía, esa
compañía que dejaba en Santa Cruz, esa compañía bonita que deseaba llevar
conmigo a todos lados; casi casi como un llavero.
Yo siendo (o tratando de ser) una persona muy normal,
intentaba poder relajar mente al estar en esta gran metrópoli con más de diez
millones de habitantes en su interior.
Lima el gran monstruo siempre carcomía mi paciencia y
extinguía mi posibilidad de poder tener compañía en su haber. Lima como de
costumbre me hacía recordar las tantas noches frías que pasé o todos los besos
de verano que no di.
La verdad y para ser sinceros Lima como todo un ser dictador
y maquiavélico trataba siempre de hacerme recordar que al adentrarme en ella
siempre iba a encontrar soledad, esa que te enfría los pies en invierno o esas manos que faltaron en los ocasos de verano.
Para ser muy sutiles y algo benevolentes, siempre di el
beneficio de la duda a Lima, siempre intenté comprender la soledad que me daba
y trataba de descifrar en las olas de todo el litoral alguna palabra clave
ahogada entre tanta agua.
Pero nada,
poco o nada siempre espero encontrar aquí, me doy el gusto
de estar en mi lugar y a cambio de toda esa soledad que podía regalarme, me
brindaba otras cosas, más exquisitas y sabrosas.
Poco a poco comprendí que las ilusiones de verano quedaron
atrás, así como todo lo que conlleva pensar en la oración hasta antes de la
“coma”.
Lima sin duda era mi verdugo, siempre que puede trata de
aniquilarme, una y otra vez con el mismo tema en discusión, con la misma
sensación y sentimientos.
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